viernes, 7 de enero de 2011

El retorno (Vol. 2)

Lo prometido es deuda, aquí estoy de nuevo para contaros mis peripecias. El día de Nochebuena llegué a mediodía a mi casa, donde mi "pequeño" perro de 40kg estuvo en un tris de mandarme al suelo y desgraciarme, mientras la perri pequeña se me enredaba en los pies. Concierto de ladridos y carreras por el jardín. Después, achuchones de mamá y abuela. Mi abuela ha estado la mujer muy malita, y, aunque no creo que vaya a leer esto, le quiero dedicar la entrada de hoy por haber sido tan valiente y para que se anime y no se ponga "manía" cuando se encuentra un poco pachucha. ¡Que tú puedes con eso y con más!.

El día de Nochebuena, después de dos meses, por fin pude comer a una hora "normal" y, además, ¡con sol!. Oye, y ¡qué solazo!, ese solazo soriano que nos hace usufructuarios del cielo más azul de España (vale, no está probado, el que lo compruebe empíricamente que venga y me lo cuente, pero no me hará cambiar de opinión). En la comida no podían faltar mis añorados ibéricos, que por tierras nórdicas como que no hay, y si los encuentras, valen lo que el caviar beluga... ¡¡como he echado de menos el jamón y el lomo, por Zeus!!. He oído decir a alguien que los españoles somos los más patrióticos con la comida que puede haber. Igual es cierto, porque la verdad es que la echamos muchísimo de menos. Con el maremagno histórico que llevamos a las espaldas, creo que es la única forma en que los españoles nos atrevemos libremente a demostrar apego al terruño (sin contar los eventos deportivos, claro). Bueno, que me estoy yendo por los cerros de Úbeda como yo acostumbro. 
Tras la comida de Nochebuena, una buena siesta de un par de horitas y luego, como manda la tradición unas cerves y/o champanes en la Herradores. Bajé con mi padre, y nos tomamos una caña allí hasta que luego bajaron mis amigos y pude dar otra ronda de besos y achuchones. Antes de las diez nos marchamos, porque la cena estaría esperándonos y además era en mi casa. Resulta que fuimos los últimos en llegar, y todos los demás estaban ya atacando las bandejas de embutido, las patatas fritas y el paté. Pero antes de poder liarnos a jalar, ¡había que abrir los regalos!. Fue muy divertido, hicimos una especie de "photo call" junto a la chimenea donde los íbamos abriendo por turnos para ver las caras de la gente y hacerles fotos. He de decir que los regalos suecos tuvieron una calurosa acogida, sobre todo el cuerno para beber cerveza que le llevé a mi padre, que hacía juego con el casco vikingo de plástico (con sus cuernos y todo) que le llevé a mi hermano. ¡Ya solo nos faltaba el escudo y el drakkar para invadir algo!.
En la cena no podía faltar el típicamente sueco "inlagd sill" (arenque en vinagreta), que fue un éxito. Yo tenía mis dudas de que les gustara (salvo a mi hermano, que es fan total del arenque en vinagre).
Al final, cafés, copas y turrones, como manda la tradición. ¡Ayyyyyyy! ¡A ver cuando importamos el turrón de Suchard a Suecia, que mira que está bueno!.
Esa noche nunca salgo, porque es típicamente familiar, así que tras los turrones, todos a sobar.

El día de Navidad también nos juntamos en mi casa para la comida. Esta vez tocó chuletas de cordero a la brasa, recién hechas en la chimenea del sótano. ¡Ñaaaaaaaam!. Después, partidita de guiñote y pacharán, más soriano imposible. Mi familia se quedó hasta las 7 por lo menos, y luego yo salí por ahí con mis amigos, que los había visto rápidamente el día de nochebuena y tenía ganas de que me contaran cositas y ellos de que les contara sobre mi vida sueca. He de decir que se nos hizo un poco tarde... bueno, no sé si volví muy tarde o muy pronto, pero no encendí la luz (como dice mi padre). Hasta ahí puedo leer... fue un pequeño regreso a la adolescencia.

La semana entre medias la pasé acompañando a mi abuela a sus médicos y comprando cosas que me hacían falta y en Suecia no existen o son extra-caras. Fueron días de salchichón y lomo, siestas y recados. El día 30 tuvimos la "brillante" idea de quedar a tomar una copa. Qué pasa... que la una se hizo otra y nos dieron las uvas. Así que al día siguiente estaba tan muerta que lo que menos me apetecía era ¡salir por fin de año!. Esto me lo contaba una amiga antes de navidades y yo le decía que eso de salir el día anterior y luego no tener ganas de cotillón nunca me había pasado. Bueno, pues ya me ha pasado. Y la verdad es que nos lo pasamos genial esa noche, fueron muuuuchas risas, y había súper poca gente, nada de agobios. Vamos, justo lo contrario que en fin de año.
El día de Nochevieja también la cena fue en mi casa. Esta vez, langostinos, mejillones y pierna de cordero guisada. Nos pusimos guapos para hacer las fotos familiares que le gustan a mi madre. Esas con las que le gusta luego felicitar el año. Empezamos a cenar un poco tarde y casi se nos junta la carne con las uvas. Además, como en el sótano ya no tenemos tele porque se estropeó, nos tuvimos que subir al salón para poder ver las campanadas. Después, retoque del maquillaje, pintar un poco a mi prima y ¡todos a la calle!. Como había aventurado unas líneas más arriba no aguanté mucho, estaba cansadísima. Estuvimos en uno de los bares más cutres de Soria, pero en el que hasta te podías sentar y se estaba muy a gusto. A eso de las 5 me fui para casa y los dejé cantando canciones populares y hablando de sidra... :P
El día de año nuevo ya no nos juntamos para comer con toda la tropa, los últimos años comemos solo mis padres, mi abuela, mi hermano y yo. Así que juntamos todas las sobras y al lío. Luego, siesta. Estuve dos días más hibernando y sin salir de casa. Además, se acercaba el momento de volver y no me apetecía nada. El estado de pre-morriña me asaltó y me tenía con un desasosiego tristón bastante desagradable. El día 3 quedé por la tarde con todos mis amigos para despedirme y el 4 a las 10 de la mañana puse rumbo a Madrid. Después, la misma secuencia que a la ida pero con menos gente y menos retraso: 2 horas de aeropuerto, 20 minutos de retraso, 4 horas de vuelo, 15 minutos de maletas, 20 minutos de espera por el autobús, 1 hora y media de viaje en autobús y 10 minutos de taxi después, llegué a casa. 

Y heme aquí de nuevo, con las Chirucas perennes, viendo como cae una nevada bestial encima de otra y haciéndose de noche a las 3:30.
Ahora mismo está nevando a base de bien. Tengo miedo... ¿podré volver a casa desde el trabajo?

miércoles, 5 de enero de 2011

El retorno (vol. 1)

O, como dirían "martes y trece", el retonno.  Ya estoy de nuevo por tierras semi-polares, con un metro de nieve en el exterior de nuestros estudios y haciéndose de noche a las 3. Buffff... ha sido dura la vuelta. La verdad es que 10 días de vacaciones se quedan en nada, porque con uno que pierdes a la ida y otro a la vuelta, se quedan en 8. Pero he de decir que aunque no haya visto a todo el mundo, creo que aún los he aprovechado. 

Y, ¿cómo empezó el periplo navideño? Pues el día 23 de diciembre salí de mi casita sueca a eso de las 12 a.m. arrastrando mi maleta de 15kg por la ensaladilla de nieve y cantos rodados. Si no habéis probado, ¡es difícil de narices!. Cogí el metro hasta T-centralen y de ahí cambié a la estación central de autobuses. Como había comprado el billete por internet, una cosa menos que tenía que hacer. Así que directamente busqué de donde salían los autobuses hacia el aeropuerto de Skavsta y... había una cola como para un concierto de Madonna. Así que me dispuse a esperar pacientemente (a la sueca, porque aquí hacen cola para todo y están acostumbradísimos a estas cosas, ¡no iba a ser yo menos!). Aproveché para comerme un bocadillo por si luego no tenía tiempo de comer antes de subir al avión. La cola iba rápido, esperaría unos 20-30 minutos, que para la cantidad de gente que había no es nada. Después, al autobús, hora y media de viaje rumbo sur hacia Nyköping. Me tocó delante una mamá con un bebé rubito y gordo que no paraba de berrear como si lo estuvieran matando. La pobre mujer se pasó casi todo el viaje de pie con el crío en brazos porque parece que solo así le gustaba estar al pequeño energúmeno. Y el resto del pasaje, pues tapándonos los oídos. Qué fuerte chillan los bebés, con esos mini-pulmoncitos... ¿cómo lo harán?. Con el concierto que tuvimos daban ganas de ligarse las trompas... niños, humpf!.

Ya de noche llegamos al aeropuerto, que está en medio de la nada, en lo que parece la estepa rusa: llano-bosque-llano-bosque-llano-bosque... y todo con un metro de nieve por encima. Lo que más me llamó la atención fueron las rotondas: eran como una tarta de merengue perfecta, porque habían quitado la nieve de la carretera y quedaban ahí plantadas sin una huella ni nada. ¡Qué monas!

Al entrar en el aeropuerto de Skavsta el panorama era de otras 5 ó 6 colas larguísimas para llegar hasta los mostradores de facturación. Menos mal que faltaban 2 horas para mi vuelo... Con la música del móvil por los cascos me armé de paciencia y ¡otra vez a esperar!. Cuando conseguí llegar al mostrador la buena noticia es que mi maleta pesaba como 13kg (siendo el máximo permitido 15), la mala que ahora me tocaba hacer una cola todavía más terrible para llegar al arco de seguridad. Hale, ¡a formar de nuevo!. Y encima tenía detrás un grupo de chinas que no hacían más que empujarme... cagüentoloquesemeneaaaaaaaa... Consigo llegar hasta el control de seguridad, me hacen quitarme las chirucas pero por fin paso a la puerta de embarque. Y allí... ¡sorpresa! aparte de cientos de personas amontonadas, haciendo cola, llenando las mesas de la cafetería, sentadas por el suelo... encuentro una "simpática" pantalla que me dice que mi vuelo se ha retrasado de las 18:30 a las 20 horas. Vamos, que tengo hora y media de espera en esa amalgama de gente y olorcillo a humanidad. Así que saqué de la mochila el último libro que me he comprado de "True blood" y me entretuve comiendo anacardos y con las peripecias de los vampiros buenorros. Cuando aún faltaba más de media hora para las 20 horas, la gente ya empezó a hacer cola. ¡Por Zeus! ¡pero qué afición!. Yo esperé hasta que la cosa empezó a avanzar. Total: el avión va lleno, los asientos no están numerados y vamos a volar todos. Así que, calma. Tras la última cola del día, llegué andando por la helada pista al avioncito de Ryan Air que nos esperaba escondido en la ventisca. Ya dentro, lo típico: normas de seguridad, comida carísima de plástico y espacio vital reducido. Tuve la suerte de que me tocó al lado a unos "erasmus" españoles muy majos y por lo menos tuve conversación durante parte del viaje. Cuatro horas después y con el cuello contrahecho, aterrizamos en Madrid. Una corta espera por las maletas y a correr a por el último metro. Pero el último ultimísimo de la muerte, vamos, que no nos dejaron hacer transbordo y nos echaron al llegar a Nuevos Ministerios. Así que desde ahí tuve que coger un taxi hasta la casa de mi hermano. Eran las 2 de la mañana. 12 horas desde que había salido de mi casa. ¡Y luego dicen que no está lejos Estocolmo!. Es que la gente es muy lista cuando solo cuentan las horas del vuelo. Pues no majooooos, que la cosa tiene mucho más intríngulis. 
Así que reventadita estuve un rato hablando con mi hermano, comiéndome un muslo de pavo y un tomate y a dormir.

Al día siguiente ya era Nochebuena, y vino mi padre a buscarnos. Qué solazo hacía en Madrid. Después de dos meses de vivir en esta blanca oscuridad, me parecía que había llegado al verano: por el sol y por la temperatura. En dos horitas nos plantamos en Soria, donde me esperaban muchos achuchones de la familia y fiestas de mis perros. Y por fin pude comer a la hora española y ¡¡echarme la siesta!!.

Y el resto os lo cuento mañana, que me canso de escribir...